martes, 6 de diciembre de 2022

El hombre que soñó con el país de las hadas

Estuvo entre una multitud en Dromahair;

su corazón colgaba sobre un hábito de seda,

y al final había conocido alguna ternura,

antes de que fuera abrazado por la tierra;

pero cuando un hombre en un montón de peces apila,

parece que alzan sus pequeñas cabezas plateadas,

y cantan lo que la dorada mañana y la tarde derraman

sobre el mundo entretejido de una isla olvidada,

donde la gente ama a orillas  del mar;

que el Tiempo las promesas del amante no podrá malograr;

bajo ese tejido cielo inmóvil de ramas

el canto le sacó de su débil reposar.

 

Por las arenas de Lissadel ha meditado, 

su mente corre por los miedos, dinero y cuidados,

y él, al final, había conocido algunos prudentes años,

antes de que se apilaran bajo la colina su tumba,

pero mientras recorría los sitios de rompiente espuma,

un gusano, con su gris y terrosa boca canta

que en algún lugar del norte, oeste o sur

habita una alegre, exultante, afable raza,

bajo los dorados o plateados cielos,

y si allí un huraño bailarín sus pies pusiera,

parecería que el sol y la luna en el frutal estuvieran,

y con aquel canto nunca más sería sabio.

 

Ante el gozo de Scanavin reflexionó,

reflexionó sobre sus mofadores, sin falta

fue un cuento campesino su repentina venganza,

cuando la noche pétrea se había bebido su cuerpo,

pero una nudosa hierba de la laguna

(con voz innecesariamente cruel) cantaba

donde el anciano silencio ordena regocijarse ante su elegida raza,

no importa que impetuosas aguas suban y caigan

o que la plateada tormenta corroa su oro al día,

y la medianoche los arrope como en lana

y el amante con el amante descanse en paz.

El cuento retiró su sutil enojo de su faz.

 

Durmió bajo la colina de Lugnagall,

y podría haber conocido el sueño real

bajo ese vaporoso y frío turbante empinado,

ahora que al hombre y todo, la tierra se ha llevado,

los gusanos que ensartan su huesos no proclamaron

con ese incauto, agudo grito

que Dios en el cielo sus dedos ha puesto,

que por esos dedos corre el brillante verano

sobre el bailarín de la ignota ola.

¿Por qué deberían aquellos danzantes sin fracaso

soñar, hasta que Dios calcine la naturaleza de un beso?

El hombre no ha encontrado consuelo en la tumba.

W. B. Yeats

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