Himno de la noche
Súplica
al Creador
¡Oh sol! ¡noble gigante de hermosura,
y astro rey en tu trono de
volcanes!
¡Guerrero cuya nítida armadura
deslumbró en feroz lid a los Titanes!
Las águilas del Líbano
altaneras,
cuando dorabas hoy la antigua
Tiro,
te admiraron subiendo a las
esferas,
yo que pierdo tu luz, también te
admiro.
Su pupila tenaz osadamente
se fijó en tu zenit esplendoroso;
yo al morir en los mares de
Occidente
te saludo no más, rey
luminoso.
Faro inmortal del mundo a quien
das vida.
Eterno en juventud y en el
encanto,
sombra del hacedor, piedra caída
de la esmaltada fibra de su
manto.
De la muerte del día plañideras
le siguen al sepulcro largas
sombras,
que borran la esmeralda en las
praderas,
desatando sus tétricas alfombras.
Su tapiz vaporoso sin colores
enluta en fuente azul blancas
espumas,
los pétalos de nácar en las
flores,
y en las aves el iris de las
plumas.
En el tronco de un árbol
carcomido
no duerme eternamente el aura
leve,
pero lánguida vaga sin sonido
temiendo desplegar alas de
nieve.
Tal vez el bardo así, cuando
es de hielo
sin juventud ni amor, triste
suspira,
y teme levantar su canto al Cielo,
recorriendo las cuerdas de la
lira.
Roto el prisma falaz de las
pasiones,
que me presenta un mundo de placeres,
y sobre pedestales de
ilusiones
ídolos de jazmín en las
mujeres.
Cuando el Edén de mágico contento,
como insecto de un día vaga y
zumba,
se vista de color amarillento,
mostrando en vez de flor,
mármol de tumba,
deme el Cielo en la choza solitaria
del arpa de Sión la melodía,
y escríbase en mi losa
funeraria:
¡Dios Amor, y la dulce Poesía.’
Más sombras obre el mudo cada instante!
Pero avanza un lucero a las
estrellas
mientras detrás del eje
rutilante
en lejanos cohortes siguen ellas.
Dime, luz bienhechora, ¿dó
caminas?
¿velas sobre los sueños, les
asistes,
y con el resplandor los iluminas,
repartiéndolos tú blandos o
tristes?
¿Eres cuna do el ángel se
adormece?
¿O estás cual atalaya
prevenida
que avisas al amante que anochece
para que vuele a ver a su querida?
¡Delicioso jardín...! en una
rosa
se duerme una cantárida dorada,
mientras una nocturna mariposa
turba el sueño y le roba la morada.
En la hierba fosfórico gusano
enciende su fanal, o su lumbrera
émula del cocuyo americano,
que si marcha, le sigue
compañera.
Y las plantas acuáticas que
solas
aman perenne humor, sacan
aprisa
del cristal adormido sus
corolas,
para gozar los besos de la
brisa.
Un insecto de púrpura y
topacio
sobre flexible tallo se asegura,
y a una cerrada flor que es su
palacio
estas quejas tristísimas
murmura:
¡Ábreme, hermana mía, el blanco
seno,
que vengo fatigado del camino;
por extraño persil de lilas lleno
me perdí susurrante peregrino.
Me persiguió un rapaz de ojos
azules
y por huir su mano codiciosa,
escondido entre ramas de abedules,
me sorprendió la noche tenebrosa.
Al tiempo de besarse dos amantes
crucé por una gótica ventana,
y sus ósculos tiernos y constantes
empañaron mis alas de oro y grana.
Gozaba en su balcón auras amenas
una bella de formas
celestiales;
quise entrar en su pecho de
azucenas,
y huyó de allí cerrando sus
cristales.
Errante voy, y encuentro
poseído
todo cáliz, do bebo la ambrosía,
de sonoro amador que está
dormido;
‘Ábreme tu capullo, hermana
mía.’
Poco a poco la flor va
desplegando
su seno virginal al que la llama
y ofrece su cariño lecho
blando...
’Delicioso jardín!... esa
flor ama.
¿Dó camináis vosotras, bellas
nubes
flotando sobre brisas
regaladas?
¿Vais a servir de tienda a los
querubes?
¿Vais a servir de tálamo a las
hadas?
¿Vais a llevar los sueños a
otras zonas?
¿O a mentir a mis ojos
soñolientos,
con la luz de la luna hinchadas
lonas
de bajeles, en mares turbulentos?
Si al ocultarse el sol, según
sus leyes,
flotabais como ricos pabellones,
que en las solemnes fiestas de
sus reyes
enarbolan los pueblos y naciones;
Si vestíais de azul y de
escarlata,
¿quién os ha concedido blanco
velo
con profusión de aljófares y
plata,
vestales de la bóveda del cielo?...
Huid, y el rayo hermoso de la
luna
brille sobre mi rostro tibiamente,
que le profeso amor desde la
cuna,
y es única corona de mi
frente.
‘Arrecia con furor el raudo
viento!
¿Qué suspiráis, sonoros vendavales,
en las torres de alcázar opulento?
¿Qué gemís en sus largos
espirales?
Murmuráis del magnate: cien bugías
en un ambiente de ámbares y rosa
sus noches aclarecen como días,
el estruendo de orquesta
sonorosa.
Vense tras de los vidrios, entre
sedas
cruzar nobles y duques y barones,
y danzar a compás vírgenes
ledas,
ninfas de flor, con alas de ilusiones.
Y mientras el palacio se
alboroza
duerme el pobre en las piedras
de la esquina,
lo desvela la rápida carroza,
y otra vez en el polvo se reclina.
¡Ricos!... en los banquetes
abundosos,
si disfrutáis placeres, dad
al menos;
si dais de lo sobrante, sois
piadosos,
si de lo necesario, seréis buenos.
Debajo del suntuoso artesanado
no habitarán tristezas que os
devoran,
y el ángel del reposo regalado
de noche os dará sueños que enamoran.
Dios de luz, de noches y de días,
que pintas el celaje de la
aurora,
Dios de mis esperanzas y
alegrías,
oye mi voz, mi corazón te adora.
Concede tu esperanza a mi tormento,
a mi duda tu fe y tus resplandores,
y el bálsamo feliz del sufrimiento,
cuando se multipliquen mis dolores.
Tenga tranquilo hogar, pecho
sin hieles,
palabras de tu amor, rostro sin
ceño,
el pan de
mi trabajo, amigos fieles,
y de tu santa paz el dulce
sueño.
Juan Arolas
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