Al sueño
¿Con qué culpa tan
grave,
sueño blando y
suave,
pude en largo
destierro merecerte
que se aparte de
mí tu olvido manso?
Pues no te busco
yo por ser descanso,
sino por muda imagen
de la muerte.
Cuidados veladores
hacen inobedientes
mis dos ojos
a la ley de las
horas;
no han podido vencer
a mis dolores
las noches, ni
dar paz a mis enojos.
Madrugan más
en mí que en las auroras
lágrimas de este
llano;
que amanece a
mi mal siempre temprano.
Y tanto que persuade
la tristeza
a mis dos
ojos, que nacieron antes
para llorar que
para ver. Tú, sueño,
de sosiego los
tienes ignorantes,
de tal manera,
que al morir el día
con luz enferma
vi que permitía
el sol que le
mirasen en poniente.
Con pies torpes
al punto, ciega y fría,
cayó de las
estrellas, blandamente
la noche, tras
las pardas sombras mudas,
que el sueño persuadieron
a la gente.
Escondieron las
galas a los prados
y quedaron desnudas
estas laderas,
y sus peñas, solas;
duermen ya entre
sus montes recostados
los mares y las
olas.
Si con algún
acento
ofenden las orejas,
es que entre sueños
dan al cielo quejas
del yerto lecho
y duro acogimiento
que sueños hallan
en los cerros duros.
Los arroyuelos
puros
se adormecen
al son del llanto mío,
y a su modo también
se duerme el río.
Con sosiego
agradable
se dejan poseer
de las flores;
mudos están los
males,
no hay cuidado
que hable,
faltan lenguas
y voz a los dolores,
y con todos
los mortales
yace la vida envuelta
en alto olvido.
Tan sólo mi gemido
pierde el respeto
a tu silencio santo,
yo tu quietud molesto
con mi llanto
y te desacredito
el nombre de
callado, con un grito.
Dame, cortés
mancebo, algún reposo:
no seas digno
del nombre de avariento
en el más desdichado
y firme amante
que lo merece
ser por dueño hermoso.
Débate alguna pausa
mi tormento.
Gózante en las
cabañas
y debajo del cielo
los ásperos villanos;
hállate en el
rigor de los pantanos
y encuéntrate en
las nieves y en el hielo
el soldado valiente
y yo no puedo hallarte,
aunque lo intente,
entre mi
pensamiento y mi deseo.
Ya, pues, con dolor
creo
que eres más
riguroso que la tierra,
más duro que la
roca,
pues te
alcanza el soldado envuelto en guerra,
y en ella mi alma
por jamás te toca.
Mira que es gran
rigor, dame siquiera
lo que de ti
desprecia tanto avaro
por el oro que
alegre considera
hasta que da la
vuelta el tiempo claro;
lo que había de
dormir en blando lecho
y da el enamorado
a su señora,
y a ti se te debía
de derecho.
Dame lo que desprecia
de ti agora
por robar el ladrón,
lo que desecha
el que envidiosos
celos tuvo y llora.
Quede en parte
mi queja satisfecha,
tócame con el cuento
de tu vara;
oirán siquiera
el ruido de tus plumas
mis desventuras
sumas;
que yo no quiero
verte cara a cara,
ni que hagas
más caso
de mí, que hasta
pasar por mí de paso;
o que a tu sombra
negra por lo menos,
si fueras a otra
parte peregrino,
se te haga camino,
por estos ojos
de sosiego ajenos;
quítame, blando
sueño, este desvelo,
o de él alguna
parte,
y te prometo,
mientras viere el cielo
de desvelarme
solo en celebrarte.
Francisco de Quevedo
Imagen:https://www.blogger.com/