Castilla
El
ciego sol se estrella
en
las duras aristas de las armas,
llaga
de luz los petos y espaldares
y
flamea en las puntas de las lanzas.
El
ciego sol, la sed y la fatiga.
Por
la terrible estepa castellana,
al
destierro, con doce de los suyos,
—polvo,
sudor y hierro— el Cid cabalga.
Cerrado
está el mesón a piedra y lodo...
Nadie
responde. Al pomo de la espada
y
al cuento de las picas, el postigo
va
a ceder... ¡Quema el sol, el aire abrasa!
A
los terribles golpes,
de
eco ronco, una voz pura, de plata
y
de cristal, responde... Hay una niña
muy
débil y muy blanca,
en
el umbral. Es toda
ojos
azules; y en los ojos, lágrimas.
Oro
pálido nimba
su
carita curiosa y asustada.
«¡Buen
Cid! Pasad... El rey nos dará muerte,
arruinará
la casa
y
sembrará de sal el pobre campo
que
mi padre trabaja...
Idos.
El Cielo os colme de venturas...
En
nuestro mal, ioh Cid!, no ganáis nada».
Calla
la niña y llora sin gemido...
Un
sollozo infantil cruza la escuadra
de
feroces guerreros,
y
una voz inflexible grita: «¡En marcha!»
El
ciego sol, la sed y la fatiga.
Por
la terrible estepa castellana,
al
destierro, con doce de los suyos
—polvo,
sudor y hierro—, el Cid cabalga.
Manuel
Machado
Castilla
Colinas
plateadas,
grises
alcores, cárdenas roquedas
por
donde traza el Duero
su
curva de ballesta
en
torno a Soria, oscuros encinares,
ariscos
pedregales, calvas sierras,
caminos
blancos y álamos del río,
tardes
de Soria mística y guerrera,
hoy
siento por vosotros en el fondo
del
corazón, tristeza,
tristeza
que es amor! ¡Campos de Soria
donde
parece que las rocas sueñan,
conmigo
vais! ¡Colinas plateadas,
grises
alcores, cárdenas roquedas!...
He
vuelto a ver los álamos dorados,
álamos
del camino en la ribera
del
Duero, entre San Polo y San Saturio,
tras
las murallas viejas
de
Soria –barbacana
hacia
Aragón, en castellana tierra–.
Estos
chopos del río, que acompañan
con
el sonido de sus hojas secas
el
son del agua, cuando el viento sopla,
tienen
en sus cortezas
grabadas
iniciales que son nombres
de
enamorados, cifras que son fechas.
¡Álamos
del amor que ayer tuvisteis
de
ruiseñores vuestras ramas llenas;
álamos
que seréis mañana liras
del
viento perfumado en primavera;
álamos
del amor cerca del agua
que
corre y pasa y sueña,
álamos
de las márgenes del Duero,
conmigo
vais, mi corazón os lleva!
¡Oh,
sí! Conmigo vais, campos de Soria,
tardes
tranquilas, montes de violeta,
alamedas
del río, verde sueño
del
suelo gris y de la parda tierra,
agria
melancolía
de
la ciudad decrépita,
me
habéis llegado al alma,
¿o
acaso estabais en el fondo de ella?
¡Gentes
del alto llano numantino
que
a Dios guardáis como cristianas viejas
que
el sol de España os llene
de
alegría, de luz y de riqueza!
Antonio
Machado
En el poema de Manuel Machado, Castila aparece como escenario del destierro del Cid. En el poema de su hermano Antonio, se nos muestra Castilla como paisaje y como objeto del amor del poeta.
Antonio Machado nos describe un paisaje duro y áspero, el que corresponde a Soria y sus alrededores, pero es un paisaje querido y posteriormente añorado. Dice de él expresamente: “conmigo vais, mi corazón os lleva”. De todos es sabido que pasó años como docente en el Instituto de dicha ciudad y que allí conoció al gran amor de su vida, la joven Leonor, con quien se casó. Sólo después de la muerte de su esposa, deprimido, se trasladó a Baeza, dejando Castilla.
La estructura de ambos poemas es una combinación de versos endecasílabos y heptasílabos con rima asonante (a-a) y (e-a) respectivamente en los pares.
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