La locura de Tristán
Marc le dice:
Bienvenido amigo,
¿de dónde
venís? ¿qué habéis requerido de la corte?
El loco
responde: Bien, os diré
de dónde soy y
lo que quiero.
Mi madre fue
una ballena,
en el mar se
convirtió en sirena,
pero dónde
nací no lo sé.
Sé muy bien
que me alimentó
un gran tigre
que me encontró
y sobre una
escalera me vio
creyéndome un
ciervo, su cena.
Pero también tengo
una hermana muy bella,
que os
entregaré, si lo deseas, por Iseo que tanto amáis.
El rey se
sonríe y después exclama:
¿qué dice la
maravilla del mundo?
Rey, yo os daré
a mi hermana Iseo,
que por amor
yo amo,
hacemos
negocio, hacemos intercambio:
bueno es
ensayar lo extraño.
De Iseo todos
están aburridos,
una por otra
es mi deseo.
El rey lo
escucha y luego dice:
que Dios te
ayude.
¿Si yo te
entregara a mi reina en herencia,
y tomando tu
herencia,
dime entonces
qué harías?
¿A qué lugar
la llevarías?
Rey, dice el
loco, allí en el aire
tengo un salón
al que siempre retorno,
de cristal
está hecho, bello y grande,
el sol entra
radiante,
en el aire
flota, y de las nubes cuelga,
por el viento
no se mece ni se hunde.
Cerca del
salón una habitación poseo,
hecha por
artesanos del cristal.
El rey y los
otros se ríen, y dicen entre ellos:
es un buen loco,
dice cosas buenas,
buenas
palabras sobre la nada.
Rey, dice
el loco, mucho amo a Iseo,
por ella mi corazón
sufre y se queja.
Yo soy Tantris,
el que tanto la amaba
y la amará
mientras viva.
Iseo le
escucha, y su corazón suspira,
hacia el loco corre
y con ira dice:
el loco a Iseo
mucho atiende,
lo que no
hacía con la otra gente,
bien percibe
que está furiosa
pues parece
mudar de color.
Después dice
el loco: reina Iseo, yo soy Tantris,
quien os amó
sólo a vos,
debo recordaros
cuando fui herido,
-muchos
hombres lo saben también-
cuando luché
con Morholt
y allí fui
herido.
Porque la
espada estaba emponzoñada,
y el hueso de
la cadera me cortara,
en el hueso
entró y hueso se hizo.
Asentado este
dolor ningún médico
pudo curarlo
por lo que morir me siento.
Al mar me
hago, el velamen muerto,
tanto me
aburre y languidece el viento,
que, con gran
tormenta, se levanta
y persigue mi
nave hasta Irlanda.
A este país
llegué,
¿a quién debería
temer?
si a Morholt
destrocé.
Prisionero y
herido,
el arpa fue mi
consuelo,
y a la corte
me fui enviado.
La reina allí
lava mis heridas,
recompensada
sea por el romance en mis cuerdas,
romances
bretones de mi tierra.
Recordad
entonces, mi señora,
que por
vuestra medicina he curado,
que yo soy
Tantris,
¿no soy yo?
¿no soy el que
habéis visto?
Anónimo (Siglo
XII)
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