Camiña Don Sancho
Camiña Don Sancho,
Mañanciña fría,
a terra de moros,
a librar cautiva.
A veira da fonte,
da fonte belida;
as vendas de liño
lavaba a mociña.
De terra de moros
Don Sancho volvía.
Ay, alma na fonte,
dexara cautiva.
La Dama Isabel y el Caballero Elfo
La dama Isabel
bordaba sentada en su alcoba,
mientras los
mancebos la rodeaban alegres.
Entonce ella
escuchó que un Caballero Elfo
soplaba su
cuerno estremeciendo el cielo.
Era la primera
semana de mayo.
Si tuviese
aquel cuerno, dijo ella, que oigo temblar,
al Caballero
Elfo que lo toca en mi seno le dejaría reposar.
La Dama dijo
las palabras en un suspiro,
y el Caballero
Elfo en la ventana fue visto.
Es un asunto
extraño, dulce doncella, dijo el Elfo,
apenas he
tocado mi cuerno, cuando vuestros labios me convocaron.
¿Vendrá conmigo
al Bosque Verde, doncella?
Pues si no lo
desea, de todos modos lo hará.
Él saltó sobre
un corcel, la Dama sobre otro,
y hacia el
Bosque juntos ambos cabalgaron.
Desmonta, Dama
Isabel, este es el lugar.
Este es el
sitio donde morirás.
Piedad, amable
señor, piedad por esta doncella;
dejad que vea a
mi padre y ami querida madre.
Siete Hijas de
Reyes fueron muertas por mí,
y tu único
destino es ser la octava.
Reposa conmigo,
caballero, apoya tu cabeza en mi falda,
permite que
descanse antes de vestir mi mortaja.
Se acercó a él
y con caricias lo arrulló,
cautivo de sus
encantos, el Elfo se durmió.
Con el cinto de
su espada la doncella lo sometió
y con su propia
daga, herida mortal le dio.
Si siete Hijas
de Reyes por ti fueron muertas,
yaced aquí y sed un esposo para ellas.
Poema medieval
Imagen:https://www.google.com/
El Giaour
Pero antes, sobre la tierra, como vampiro enviado,
tu cadáver del sepulcro será exiliado;
entonces, lívido, vagarás por el que fuera tu hogar,
y la sangre de los tuyos has de arrancar;
allí, de tu hija, hermana y esposa,
a media noche, la fuente de la vida secarás;
aunque abomines aquel banquete, debes forzosamente
nutrir tu lívido cadáver andante,
tus víctimas, antes de expirar,
en el demonio a su señor verán,
maldiciéndote, maldiciéndose,
tus flores marchitándose están en el tallo.
Pero una que por tu crimen debe caer,
la más joven entre todas, la más amada,
llamando te padre, te bendecirá;
¡Esta palabra envolverá en llamas tu corazón!
Peto debes concluir tu obra y observar
en sus mejillas el último color,
de sus ojos el destello final
y su vidriosa mirada debes ver
helarse sobre el azul sin vida,
con impías manos desharás luego
las trenzas de su dorado cabello,
que fueron bucles por ti acariciados
y con promesas de tierno amor despeinados.
¡Pero ahora tú lo arrebatas,
monumento a su agonía!
Con tu propia y mejor sangre chorrearán
tus rechinantes dientes y macilentos labios;
luego, a tu lóbrega tumba caminarás;
ve y con demonios y espíritus delira,
hasta que de horror estremecidos huyan
de un espectro más abominable que ellos.
Lord Byron
Imagen:https://www.google.com/
En el campo nacen flores
En el campo nacen flores,
y en el mar nacen corales.
En mi corazón amores,
y en el tuyo falsedades.
En el campo, entre las flores,
te busqué y no te encontraba.
Cantaban los ruiseñores,
y creí que me llamabas.
Ya no quiero que me quieras,
ni que me tengas cariño.
Sólo quiero que recuerdes
lo mucho que te he querido.
El caballero de la carreta
Y encuentran un lugar muy hermoso,
un monasterio, y cerca del enrejado
un cementerio de muros cerrados.
No era loco ni malvado
el caballero que en el monasterio
entra de pie para rezar a Dios,
mientras la joven cuida su caballo.
Cuando termina su oración y regresa,
Hacia él se acerca un monje muy viejo,
le suplica dulcemente que
lo informe
sobre aquello que desconoce
y el viejo habla de un cementerio:
”llevadme allí, que Dios os ayude”
“Con todo gusto,señor”, responde el monje.
El caballero detrás del monje
entra y recorre las más bellas tumbas,
y había letras sobre cada una,
nombres de los que dentro se agitaban.
Título tras título el caballero lee las letras:
“Aquí se agita Gauvain!. Aquí Luis, aquí Yván”
Llegan lo ataúdes con nombres célebres,
caballeros elegidos los más preciados y mejores
de esta tierra y otros lugares.
Al pie del alto puente
descienden de sus caballos,
aguas ásperas, ruidosas, rebeldes,
tan terribles como las del Río del diablo;
nadie en el mundo si allí cayera.
Y el puente que lo atravesaba
era una espada blanca y limpia,
pero fuerte y escarpada,
con dos lanzas a cada lado.
Mucho se desalentaron los caballeros
pensando en leones y leopardos del otro lado.
El agua, el puente y los leones
tanto terror les provocaron
que de miedo temblaron.
Señores, partid complacidos
porque por mí os habéis conmovido,
por vuestro amor y franqueza.
Bien sé que no deseáis mi mal,
pero mi fe es tal
que prefiero la muerte y nunca regresar...
Ellos suspiran, lloran sin piedad.
Aunque sobre la espada se mantenga,
no llegará entero ni sano al otro lado.
Prefiere mutilar sus pies y manos,
cruzar descalzo, caer del puente
y bañarse en las aguas intactas
más nuca regresar.
Con gran dolor, obligado, da un paso,
luego otro, castigando manos,
rodillas y pies que sangran,
sólo el amor consuela su sufrimiento.
Del otro lado del puente recuerda
los dos leones que creyó haber visto,
ni un lagarto se veía ahora,
nada que mal le haga,
pone su mano delante de la cara,
comprueba que los leones sólo existen del otro lado.
Cretien de Troyes
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Danza prima
¿Quién dirá que no es una, la rueda de la
fortuna?
¿Quién dirá que no son dos, la campana y el reloj?
¿Quién dirá que no son tres, dos prusianos y un
francés?
¿Quién dirá que no son cuatro, tres escudillas
y un plato?
¿Quién dirá que no son cinco , tres de blanco y
dos de tinto?
¿Quién dirá que no son seis, los amores que
tenéis?
¿Quién dirá que no son siete, seis sotanas y un
bonete?
¿Quién dirá que no son ocho, siete carneros y
un mocho?
¿Quién dirá que no son nueve, ocho galgos y una
liebre?
¿Quién dirá que no son diez, nueve condes y un
marqués?
¿Quién dirá que no son once, diez y medio y un
vizconde?
¿Quién dirá que no son doce, las que da la media noche.
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XXVIII
Cuando entre la
sombra oscura
perdida una voz
murmura
turbando su triste
calma,
si en el fondo
de mi alma
la oigo dulce
resonar,
dime: ¿es que
el viento en sus giros
se queja, o que
tus suspiros
me hablan de
amor al pasar?
Cuando el sol
en mi ventana
rojo brilla a
la mañana
y mi amor tu
sombra evoca,
si en mi boca
de otra boca
sentir creo la
impresión,
dime: ¿es que
ciego delirio
o que un beso
en un suspiro
me envía tu corazón?
Y en el
luminoso día.
en la alta noche sombría,
si en todo
cuanto rodea
al alma que te
desea
te creo sentir
y ver,
dime: ¿es que
toco y respiro
soñando, o que
en un suspiro
me das tu aliento a beber?
G. A. Bécquer
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Oh, que buen amor saber yoglar
Oh, que buen amor saber yoglar.
Saber yoglar de la tambora
Rancataplán, cataplán,
De la
tambora saber yoglar.
Oh, que buen amor saber yoglar.
saber yoglar del albogue.
Gue, gue, gue del albogue, rancataplán...
Oh, que buen amor saber yoglar.
saber yoglar de la guitarra,
rau, rau, rau de la guitarra, gue...
Oh, que buen amor saber yoglar.
saber yoglar de la añafil,til,
til, til del añafil, rau...
La sepultura
(Poema Medieval)
Para ti un casa
fue construida,
incluso antes
de que nacieras,
para ti el
polvo fue destinado,
antes de que
salieras de tu madre.
No está
concluida aún,
ni su hondura
ha sido medida,
ni se sabe aún
qué largo tendrá.
Ahora te
conduzco hacia donde estarás:
ahora te mido y
a la tierra después.
Tu casa no es
alta,
es baja y
yacerás ahí.
El techo se
alza muy cerca de tu pecho.
Así habitarás
helado en el polvo.
Sin puertas es
la casa,
y oscura está
por dentro,
allí estarás
fuertemente encarcelado
y la Muerte
tendrá la llave.
Atroz es esta
casa de tierra
y terrible
habitar allí;
vivirás allí
y te dividirán
los gusanos.
Así estarás
acostado
y dejarás a tus
amigos.
Ningún amigo irá
a visitarte.
Nadie irá a ver
si te gusta la casa,
nadie abrirá la
puerta,
nadie bajará hasta
ti,
Porque pronto
serás aborrecible para la vista,
porque pronto
tu cabeza será despojada de su cabello,
y la belleza del cuerpo se acabará.
(Versión del
poema medieval por Jorge Luis Borges)
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XXV
Cuando en la
noche te envuelven
las alas de tul
del sueño
y tus tendidas
pestañas
semejan arcos
de ébano,
por escuchar
los latidos
de tu corazón
inquieto
y reclinar tu
dormida
cabeza sobre mi
pecho,
diera, alma
mía,
cuanto poseo.
¡la luz, el aire
y el pensamiento!
Cuando se
clavan tus ojos
en un
invisible objeto
y tus labios
ilumina
de una sonrisa
el reflejo,
por leer sobre
tu frente
el callado
pensamiento
que pasa como
la nube
del mar sobre
el ancho espejo,
diera, alma
mía,
cuanto deseo,
¡la fama, el
oro,
la gloria. El genio!
Cuando enmudece
tu lengua
Y se apresura tu aliento
y tus mejillas
se encienden
y entornas tus
ojos negros,
por ver entre
tus pestañas
brillar un
húmedo fuego
la ardiente
chispa que brota
del volcán de
los deseos,
diera, alma
mía,
por cuanto
espero,
la fe, el
espíritu,
la tierra, el cielo.
G. A. Bécquer
Imagen:https://www.google.com/
La Melodía de las Siete Torres
Nadie va hacia
allí ahora:
¿Qué queda allí
para ver
de ñas filas de
almenas desoladas
y el pesado
techo de plomo gris?
‘Por ,lo tanto’
dijo la bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
Nadie camina
allí ahora;
excepto bajo la
pálida luz de la luna.
Los fantasmas
se pasean en fila;
si uno pudiera
verlos, sería una terrible visión.
¡Oye! Dijo la
bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
Pero nadie
puede verlos ahora,
aunque estén
sentados a lo largo del foso,
con los pies
sumergidos en el agua y en fila,
sus largos
cabellos flotando al viento.
‘Por lo tanto’
dijo la bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
Si alguien va
hacia allí ahora,
debe ir hacia
allí solo.
Sus puertas no
se abrirán a ninguna fila
de lanzas
relucientes ¿irás entonces solo?
¡Oye! Dijo la
bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
Sé mi amor, ve
hacia allí ahora
a traer mi
cofia de allí,
mi cofia y mi
manto adornado de perlas.
¡Oliver, ve hoy
mismo!
‘Por lo tanto’,
dijo la bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
No soy feliz
ahora
no puedo
decirte por qué.
Si vas, los
curas y yo en fila
rezaremos para
que no mueras.
‘Oye’ dijo la
bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía
de las Siete Torres.
Si vas por mí
ahora
besaré por fin
tu boca,
(ella dijo para
sí)
(Las tumbas se
yerguen grises en fila)
¡Oliver,
abrázame fuerte!
‘Por lo tanto’,
dijo la bella Yolanda de las Flores,
esta es la Melodía de las Siete Torres
William Morris
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El corazón roto
Demente está
quien afirma
haber estado
una hora enamorado,
mas no es que
el amor así se desvanezca,
sino que, de
hecho, en menos tiempo os puede devorar.
¿Quién osará
creerme si juro
haber sufrido
un año de esta plaga?
¿Quién no se
reiría de mí si yo dijera
que vi arder
todo un día la pólvora de un frasco?
¡Ah, qué
insignificante el corazón,
si llega a caer
en manos del amor!
Cualquier otro pesar
deja sitio
a otros
pesares, y para sí reclama sólo una parte.
Vienen hasta
nosotros, pero a nosotros el Amor arrastra,
y, sin
masticar, nos absorbe.
Por él, como
por el infame hierro, tropas enteras caen.
Él es el
esturión tirano; nuestros corazones, la morralla.
Si así no fue,
¿qué le sucedió
a mi corazón
cuando te vi?
A la alcoba
traje un corazón,
pero de ella
emergí vacío, desolado.
Si contigo
hubiera ido, sé
que a tu
corazón el mío le habría enseñado
la compasión.
Pero, ¡ay!,
Amor, de una herida lacerante la felicidad
se ha quebrado.
Mas la Nada en
Nada puede convertirse,
ni sitio alguno puede del todo vaciarse,
así pues,
pienso que aún posee mi pecho todos
esos
fragmentos, aunque no estén reunidos.
Y ahora, como
los espejos rotos muestran
cientos de
rostros más menudos, así
los añicos de
mi corazón pueden sentir agrado,
deseo y adoración,
pero después de tal Amor, jamás volverán a amar.
John Donne
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O Fortuna
Oh Fortuna,
como la luna
variable de
estado,
siempre creces
o decreces.
¡Qué vida tan
detestable!
Ahora oprime,
después alivia
como un juego
a la pobreza
y al poder
los derritió
como el hielo.
Suerte
monstruosa
y vacía,
tu rueda gira,
perverso,
la salud es
vana,
siempre se
difumina.
Sombrío
y velado
también a mí me
mortificas.
Ahora en el
juego
llevo mi
espalda desnuda
por tu
villanía.
La suerte en la
salud
y en la virtud
está contra mí,
me empuja,
y me lastra,
siempre
esclavizado.
En esta hora
sin tardanza,
toca las
cuerdas vibrantes
porque la
suerte
derriba al
fuerte,
llorad todos
conmigo.
Carmina Burana
XXXVII
Antes que tú me
moriré: escondido
en las entrañas
ya
el hierro llevo
con que abrió tu mano
la ancha herida
mortal.
Antes que tú
moriré: y mi espíritu
en sueño tenaz
se sentará a
las puertas de la muerte,
esperándote
allá.
Con las horas
los días, con los días
los años
volarán,
y a aquella
puerta llamarás al cabo...
¿Quién deja de
llamar?
Entonces que tu
culpa y tus despojos
la tierra
guardará,
lavándote en
las ondas de la muerte
como en otro
Jordán;
allí donde el
murmullo de la vida
temblando a
morir va,
como la ola que
a la playa viene
silenciosa a
expirar;
allí donde el
sepulcro que se cierra
abre una
eternidad,
todo cuanto los
dos hemos callado
allí lo hemos de hablar.
G. A. Bécquer
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Annabel Lee
Fue hace
muchos, muchos años,
en un reino
junto al mar,
que vivió una
doncella, a quien ustedes quizá conozcan
por el nombre
de Annanbel Lee;
esta señorita
vivía sin ningún otro pensamiento
más que amar y
ser amada por mí.
Era una niña y
yo un niño,
en este reino
junto al mar,
mas amábamos
con un amor que era más que cualquier amor
–yo y mi
Annabel Lee-.
Con un amor que
los serafines alados del cielo
Codiciaban de
ella y de mí.
Y esta fue la
razón por la que hace tiempo,
en este reino
junto al mar,
un viento sopló
de una nube helando
a mi hermosa
Annabel Lee.
De tal modo que
sus parientes de alta cuna vinieron
y la llevaron
lejos de mí
para hacerla
callar, en un sepulcro
dentro de este
reino junto al mar.
Los ángeles, un
la mitad de felices en el cielo
se volvieron envidiosos
de ella y de mí.
¡Sí! Esta fue
la razón (como todos los hombres saben
en este reino
junto al mar)
por la que el
viento surgido de esa nube en la noche
heló y mató a
mi Annabel Lee.
Pero nuestro
amor era mucho más fuerte que el amor
de esos quienes
fueron más viejos que nosotros,
de mucha más
sabiduría que nosotros,
y ni los
ángeles allá arriba en el cielo
ni los demonios
bajo el mar
podrían nunca separar mi alma del alma
de la hermosa
Annabel Lee.
Pues la luna
jamás brilla sin traerme sueños
de la preciosa
Annabel Lee.
Y las estrellas
nunca saldrán, pero veo el brillo de ojos
de la bella
Annabel Lee.
Y así durante
la marea en la noche me acuesto al lado
de mi querida
–mi adorada- mi vida y mi esposa,
en su sepulcro
junto al mar,
en su tumba al lado del resonante mar.
Edgar Allan Poe
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