Quia multum amavi
Querido corazón,
creo que el joven y apasionado sacerdote,
al sacar por primera vez a su Dios,
prisionero en la Eucaristía, de su santuario escondido,
y comer el pan, y beber el terrible vino,
no sintió un asombro
tan horrible como el mío,
cuando mis ojos
se encontraron con los tuyos,
y toda la noche,
antes de caer de rodillas, en un murmullo,
por fin te
cansaste de mi idolatría.
¡Ah! Si menos
te hubiera gustado, si más me hubieras amado,
en aquellos días
de lluvia, alegría y verano,
no habría sido
heredero del sufrimiento
ni un lacayo
en la casa del dolor.
Y aún así, a pesar
de que el remordimiento,
pálido senescal
de la juventud,
me aceche los
talones con su multitud,
me siento feliz
de haberte amado: ¡piensa en todos los soles
que se han transformado en una verónica azul!
Oscar Wilde
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