A Rosario
Yo hacía una divina labor sobre la
roca
creciente del orgullo. De la vida
lejana,
algún pétalo vívido me voló en la
mañana
algún beso en la noche. Tenaz como una
loca,
seguía mi divina labor de roca
cuando tu voz que funde como sacra
campana
en la nota celeste la vibración humana
tendió su brazo de oro al borde de tu
boca.
-¡Maravilloso nido de vértigo, tu boca!
Dos pétalos de rosa abrochando un
abismo.-
Labor, labor de gloria dolorosa y
liviana;
¡Tela donde mi espíritu se fue
tramando él mismo!
Tú quedas en la testa soberbia de la
roca.
Y yo caigo sin fin, en el sangriento abismo.
Manuel Acuña
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