Lamento al amanecer
Oh tú, cruel,
mortalmente hermosa doncella,
dime qué gran
pecado he cometido
para que me hayas
atado, escondido,
dime por qué
has roto la solemne promesa.
Fue ayer, sí, ayer,
cuando con ternura
tocaste mi
mano, y con duce acento afirmaste:
sí, vendré, vendré
cuando se acerque la mañana,
envuelta en
brumas a tu cuarto llegaré.
Sobre el crepúsculo
esperé junto a la puerta sin llave,
revisé con cuidadoso
esmero todas las bisagras
y me regocijé al
comprobar que no gemían.
¡Qué noche de ansias
expectantes!
Pues miré, y
cada sonido fue esperanza;
si por casualidad
dormité unos breves instantes,
mi corazón siempre
se mantuvo despierto
para arrancarme
del sopor inquieto.
Sí, bendecí la
noche y al manto de tinieblas
que con tanta
dulzura cubría las cosas;
disfruté del
silencio universal,
mientras escuchaba
en la penumbra,
ya que hasta el
mínimo rumor me parecía un signo.
Si ella tiene estos
pensamientos, mis pensamientos,
si ella tiene
estos sentimientos, mis sentimientos,
no aguardará
el derribo de la mañana
y con seguridad
vendrá hasta mí.
Un pequeño
gato saltó en el suelo,
atrapando a un
ratón en un rincón,
fue ese el único
sonido en la habitación,
jamás anhelé
tanto escuchar unos pasos,
jamás ansié tanto
escuchar unos pasos.
Y allí permanecí,
y permaneceré siempre,
ya llegaba el
resplandor del amanecer,
y aquí y allí
se oían los primeros movimientos.
¿Es ahí en la
puerta? ¿En el umbral de mi puerta?
Acostado en la
cama me apoyé sobre el codo,
mirando fijo a
la puerta, apenas iluminada,
en caso de que
en el silencio se abriera.
Las cortinas
se alzaban y caían
en la quieta
serenidad del cuarto.
Y el día gris
brilló, y brillará siempre,
en la habitación
contigua se oyó una puerta,
como si alguien
saliese a ganarse el sustento.
oí el estrepitoso
temblor de los pasos.
Cuando las
puertas de la ciudad fueron abiertas,
escuché el alboroto
en el mercado, en cada esquina;
quedándome con
la vida, el griterío y la confusión.
En la casa los
sonidos iban y venían,
arriba y debajo
de las escaleras,
las puertas chirriaban,
se abrían y
cerraban.
Y como si fuese
algo normal, que todos vivimos,
de mi desgarrada
esperanza no brotaron lágrimas.
Finalmente el sol,
ese odiado esplendor,
cayó sobre mis
paredes, sobre mis ventanas,
cubriéndolo todo,
apresurándose en el jardín.
No hubo alivio
para mi aliento, hirviente de anhelos,
con la brisa
fresca de la mañana,
y, podría ser,
aún sigo allí, esperándote:
pero no puedo
encontrarte bajo los árboles,
ni en mi sombrío sepulcro en el bosque.
Morgenklagen
Goethe
Imagen:https://www.blogger.com/
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