miércoles, 19 de septiembre de 2018

Dos poemas a Castilla


Dos poemas a Castilla

Han sido innumerables los escritores y poetas que escribieron a Castilla. Me ha parecido oportuno, para terminar, traer estos dos últimos poemas.
En el de María del Carmen Gutiérrez Herrero, se descubre la admiración que produce en el alma de la autora la aspereza y sobriedad de sus paisajes, la desnudez de sus pueblos y la lucha de sus gentes por sobrevivir a una historia que sus antepasados cargaron de gloria.
En el suyo, Garcíasol nos muestra una Castilla llena de imágenes sensoriales. Una mezcla lírica de olores, sabores, sombras, luces y colores…Todo ello en la paz de la extensa meseta y en el silencio sólo interrumpido por el contrapunto del trino de los pájaros, la suave corriente del río o la canción del agricultor cuando siembra y recoge sus cosechas.
………….

Castilla

La tierra se ondula ante mí
en un hermoso tapiz de ocres
tejido entre verdes
atado a pinares
de vastas copas frondosas.
Y, a mis pies, se despliega
la inmensidad de una llanura
incomprendida y denostada,
que sólo buscó ser recorrida
por los versos del poeta.

Pocos entienden los ojos
que, como los míos,
te aceptan al contemplarte;
porque, aquí, mi mirada
se pierde
y puede ver aún el más allá.
Aquí donde no hay montañas
que se topen con el horizonte,
sé que allí
donde cielo y tierra se juntan
se encuentra mi frontera.

Y, en todo tu recorrido
te apareces áspera y desnuda
igual que tus pueblos
jalonados de historia.
Tú, que pariste hazañas,
pocos encontraste en el orbe
capaces de poder sostener
tu inconmensurable mirada.
Tú que levantaste al mundo
buscas fuerzas hoy
en la gesta de alzarte a ti misma…

Y, sin adornos ni ornamentos,
yo te alabo así: minimalista.
Porque poco te basta
para tenerlo todo.
Quien no te aprecie,
Castilla,
no sabrá comprender nunca
el verdadero misterio que se encierra
en las cosas más sencillas.

María del Carmen Gutiérrez Herrero

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Canción del Silencio de Castilla

A cortar silencio, esposa.
Está Castilla crecida
de silencio y sonorosa
paz, oreo por la herida

melancólica. Qué olores
tiene el campo que amanece.
Alamillos reidores
con el viento que les mece

están cribando en sus hojas
sol y sombra por el suelo.
Coge silencio sin duelo,
que se viertan las congojas.

Huele el campo que alimenta
de serenidad, y canta
un sabor en la garganta
que va de romero a menta.

Disuelve el terrón reseco,
silencio, y dale a la tierra
arada. Rellena el hueco
de sombra con luz de sierra,

y ponme a cantar a coro
con el color de la jara,
con el arbolillo de oro
-cuatro hojicas en la vara-,

con el arroyo serrano
y el pájaro que gotea
uvas de armonía. Sea
grano de trigo en verano

y buche de agua marcera,
y carmín en el poniente,
sagrada sombra de higuera
y diamante en el relente.

Fúndeme a tu ritmo eterno,
silencio del campo mío.
El pensamiento hace invierno
y metafísico frío.

Corta la invisible rosa.
Está crecida Castilla
de silencio para trilla
de corazones, esposa.

Ramón de Garcíasol

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