Dos
poemas a Castilla
Han
sido innumerables los escritores y poetas que escribieron a Castilla. Me ha
parecido oportuno, para terminar, traer estos dos últimos poemas.
En
el de María del Carmen Gutiérrez Herrero, se descubre la admiración que produce
en el alma de la autora la aspereza y sobriedad de sus paisajes, la desnudez de
sus pueblos y la lucha de sus gentes por sobrevivir a una historia que sus
antepasados cargaron de gloria.
En
el suyo, Garcíasol nos muestra una Castilla llena de imágenes sensoriales. Una
mezcla lírica de olores, sabores, sombras, luces y colores…Todo ello en la paz
de la extensa meseta y en el silencio sólo interrumpido por el contrapunto del
trino de los pájaros, la suave corriente del río o la canción del agricultor
cuando siembra y recoge sus cosechas.
………….
Castilla
La
tierra se ondula ante mí
en
un hermoso tapiz de ocres
tejido
entre verdes
atado
a pinares
de
vastas copas frondosas.
Y,
a mis pies, se despliega
la
inmensidad de una llanura
incomprendida
y denostada,
que
sólo buscó ser recorrida
por
los versos del poeta.
Pocos
entienden los ojos
que,
como los míos,
te
aceptan al contemplarte;
porque,
aquí, mi mirada
se
pierde
y
puede ver aún el más allá.
Aquí
donde no hay montañas
que
se topen con el horizonte,
sé
que allí
donde
cielo y tierra se juntan
se
encuentra mi frontera.
Y,
en todo tu recorrido
te
apareces áspera y desnuda
igual
que tus pueblos
jalonados
de historia.
Tú,
que pariste hazañas,
pocos
encontraste en el orbe
capaces
de poder sostener
tu
inconmensurable mirada.
Tú
que levantaste al mundo
buscas
fuerzas hoy
en
la gesta de alzarte a ti misma…
Y,
sin adornos ni ornamentos,
yo
te alabo así: minimalista.
Porque
poco te basta
para
tenerlo todo.
Quien
no te aprecie,
Castilla,
no
sabrá comprender nunca
el
verdadero misterio que se encierra
en
las cosas más sencillas.
María
del Carmen Gutiérrez Herrero
Canción
del Silencio de Castilla
A
cortar silencio, esposa.
Está
Castilla crecida
de
silencio y sonorosa
paz,
oreo por la herida
melancólica.
Qué olores
tiene
el campo que amanece.
Alamillos
reidores
con
el viento que les mece
están
cribando en sus hojas
sol
y sombra por el suelo.
Coge
silencio sin duelo,
que
se viertan las congojas.
Huele
el campo que alimenta
de
serenidad, y canta
un
sabor en la garganta
que
va de romero a menta.
Disuelve
el terrón reseco,
silencio,
y dale a la tierra
arada.
Rellena el hueco
de
sombra con luz de sierra,
y
ponme a cantar a coro
con
el color de la jara,
con
el arbolillo de oro
-cuatro
hojicas en la vara-,
con
el arroyo serrano
y
el pájaro que gotea
uvas
de armonía. Sea
grano
de trigo en verano
y
buche de agua marcera,
y
carmín en el poniente,
sagrada
sombra de higuera
y
diamante en el relente.
Fúndeme
a tu ritmo eterno,
silencio
del campo mío.
El
pensamiento hace invierno
y
metafísico frío.
Corta
la invisible rosa.
Está
crecida Castilla
de
silencio para trilla
de
corazones, esposa.
Ramón
de Garcíasol
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