No me nueve, mi Dios, para quererte
el cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muévete el verte
clavado en una cruz y escarnecido;
muéveme ver tu cuerpo tan herido,
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor y en tal
manera,
que aunque no hubiera cielo yo te
amara,
y aunque no hubiera infierno te
temiera.
No tienes que me dar porque te quiera,
pues, aunque cuanto espero no
esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Anónimo
……….
Este soneto se ha atribuido a Santa
Teresa, a San Francisco Javier, a San Ignacio de Loyola…En ningún caso con
fundamento y sigue considerándose como anónimo.
Prácticamente es conocido por todos
los españoles, pues es un poema donde predomina lo afectivo y el pueblo español
es muy receptivo a este tipo de religiosidad “afectiva”.
El tema es muy repetido en esa época.
Es el amor desinteresado hacia Dios en correspondencia al infinito amor al
hombre.
El autor lo plantea en forma de
diálogo directo con Cristo. Es una plegaria. La esencia de la plegaria es la
repetición. Repite como recurso el “muéveme”, el “querer”, el “esperar”…Este
recurso se llama ANÁFORA.
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