A
buen juez mejor testigo
I
(...)
Los
álamos de la vega
parecen
en la espesura
de
fantasmas apiñados
medrosa
y gigante turba;
y
alguna vez desprendida
gotea
pesada lluvia,
que
no despierta a quien duerme,
ni
a quien medita importuna.
Yace
Toledo en el sueño
entre
las sombras confusas,
y
el Tajo a sus pies pasando
con
pardas ondas la arrulla.
El
monótono murmullo
sonar
perdido se escucha,
cual
si por las hondas calles
hirviera
del mar la espuma.
(...)
Tan
en calma y tan sombría
como
la noche que enluta
la
esquina en que desemboca
una
callejuela oculta,
se
ve de un hombre que aguarda
la
vigilante figura,
y
tan a la sombra vela
que
entre las sombras se ofusca.
(...)
Pasó
así tan largo tiempo
que
pudiera haberse duda
de
si es hombre, o solamente
mentida
ilusión nocturna;
pero
es hombre, y bien se ve,
porque
con planta segura
ganando
el centro a la calle
resuelto
y audaz pregunta:
“,Quién
va?”, y a corta distancia
el
igual compás se escucha
de
un caballo que sacude
las
sonoras herraduras.
-”Quién
va?” – repite, y cercana
otra
voz menos robusta
responde
: “Un hidalgo, ¡calle!”
Y
el paso el bruto apresura.
-Téngase
el hidalgo – el hombre
replica,
y la espada empuña.
-Ved
más bien si me haréis calle
-repusieron
con mesura
que
hasta hoy a nadie se tuvo
Ibán
de Vargas y Acuña.
-Pase
el Acuña y perdone
dijo
el mozo en faz de fuga,
pues
teniéndose el embozo
sopla
un silbato, y se oculta.
Paró
el jinete a una puerta,
y
con precaución difusa salió
una
niña al balcón
que
llama interior alumbra.
“¡Mi
padre!”, clamó en voz baja
y
el viejo en la cerradura metió
la
llave pidiendo
a
sus gentes que le acudan.
Un
negro por ambas bridas
tomó
la cabalgadura,
cerróse
detrás la puerta
y
quedó la calle muda.
En
esto desde el balcón,
como
quien tal acostumbra,
un
mancebo por las rejas
de
la calle se asegura.
Asió
el brazo al que apostado
hizo
cara a Ibán de Acuña,
y
huyeron con el embozo
velando
la catadura.
II
(...)
Los
labradores se acercan
al
fuego de sus hogares,
cargados
con sus aperos,
cansados
de sus afanes.
Los
ricos y sedentarios
se
tornan con paso grave
calado
el ancho sombrero,
abrochados
los gabanes,
y
los clérigos y monjes
y
los prelados y abades
sacudiendo
el leve polvo
de
capelos y sayales.
Quédase
solo un mancebo
de
impetuosos ademanes
que
se pasea ocultando
entre
la capa el semblante.
Los
que pasan le contemplan
con
decisión de evitarle,
y
él contempla a los que pasan
como
si a alguien aguardase.
(...)
Una
mujer también sola
se
viene el llano adelante
la
luz del rostro escondida
en
tocas y tafetanes.
Mas
en lo leve del paso
y
en lo flexible del talle
puede
a través de los velos
una
hermosa adivinarse.
Vase
derecha al que aguarda
y
él al encuentro la sale
diciendo…
cuanto se dicen
en
las citas los amantes.
Mas
ella galanterías
dejando
severa aparte,
así
al mancebo interrumpe
en
voz decisiva y grave:
-Abreviemos
de razones,
Diego
Martínez ; mi padre,
que
un hombre ha entrado en su ausencia
dentro
mi aposento sabe;
y
así quien mancha mi honra
con
la suya me la lave ;
o
dadme mano de esposo,
o
libre de vos dejadme
Miróla
Diego Martínez
atentamente
un instante,
y
echando a un lado el embozo,
repuso
palabras tales:
-Dentro
de un mes, Inés mía,
parto
a la guerra de Flandes;
al
año estaré de vuelta
y
contigo en los altares.
Honra
que yo te deduzca
con
honra mía se lave,
que
por honra vuelven honra
hidalgos
que en honra nacen.
-Júralo
– exclamó la niña.
-Más
que mi palabra vale
no
te valdrá un juramento.
-Diego,
la palabra es aire.
-¡Vive
Dios que estás tenaz!
Dalo
por jurado y baste.
-No
me basta, que olvidar
puedes
la palabra en Flandes.
-¡Voto
a Dios!, ¿qué más pretendes?
-Que
a los pies de aquella imagen
lo
jures como cristiano
del
santo Cristo delante.
Vaciló
un poco Martínez,
mas
porfiando que jurase
llevólo
Inés hacia el templo
que
en medio de la vega yace.
Enclavado
en un madero,
en
duro y postrero trance,
ceñida
la sien de espinas,
descolorido
el semblante,
víase
allí un crucifijo
teñido
de negra sangre,
a
quien Toledo devota
acude
hoy en sus azares.
Ante
sus plantas divinas
llegaron
ambos amantes,
y
haciendo Inés que Martínez
los
sagrados pies tocase,
preguntóle
-Diego,
¿juras
a
tu vuelta desposarme?
Contestó
el mozo
-¡
Sí, juro!
Y
ambos del templo se salen.
III
Pasó
un día y otro día
un
mes y otro mes pasó,
y
un año pasado había,
mas
de Flandes no volvía
Diego,
que a Flandes partió.
Lloraba
la bella Inés
oraba
un mes y otro mes
su
vuelta aguardando en vano,
del
crucifijo a los pies
do
puso el galán su mano.
Todas
las tardes venía
después
de traspuesto el sol,
y
a Dios llorando pedía
la
vuelta del español,
y
el español no volvía.
(...)
Así
Inés desesperaba
sin
acabar de esperar,
y
su tez se marchitaba,
y
su llanto se secaba
para
volver a brotar.
(...)
Pasó
un día y otro día,
un
mes y otro mes pasó,
y
el tercer año corría:
Diego
a Flandes se partió,
mas
de Flandes no volvía.
(...)
Así
la niña lloraba
el
rigor de su fortuna,
y
así la tarde pasaba
y
al horizonte trepaba
la
consoladora luna.
A
lo lejos, por el llano,
en
confuso remolino,
vio
de hombres tropel lejano
que
en pardo polvo liviano
dejan
envuelto el camino.
Bajó
Inés del torreón,
y
llegando recelosa
a
las puertas del Cambrón,
sintió
latir zozobrosa
más
inquieto el corazón.
Tan
galán como altanero
dejó
ver la escasa luz
por
bajo el arco primero
un
hidalgo caballero
en
un caballo andaluz.
(...)
Asióse
a su estribo Inés,
gritando:
"¡Diego, eres tú!"
Y
él viéndola de través,
dijo:
"¡Voto a Belcebú,
que
no me acuerdo quién es!"
Dio
la triste un alarido
tal
respuesta al escuchar,
y
a poco perdió el sentido,
sin
que más voz ni gemido
volviera
en tierra a exhalar.
(...)
Y
aplicando el capitán
a
su potro las espuelas,
el
rostro a Toledo dan,
y
a trote cruzando van
las
oscuras callejuelas.
IV
(...)
A
Flandes partió Martínez
de
soldado aventurero,
y
por su suerte y hazañas
allí
capitán le hicieron.
Según
alzaba en honores
alzábase
en pensamientos,
y
tanto ayudó en la guerra
con
su valor y altos hechos,
que
el mismo rey a su vuelta
le
armó en Madrid caballero,
tomándole
a su servicio
por
capitán de lanceros.
Y
otro no fue que Martínez
quien
ha poco entró en Toledo,
tan
orgulloso y ufano
cual
salió humilde y pequeño.
Ni
es otro a quien se dirige,
cobrado
el conocimiento,
la
amorosa Inés de Vargas,
que
vive por él muriendo.
Mas
él, que olvidando todo
olvidó
su nombre mesmo,
puesto
que Diego Martínez
es
el capitán don Diego,
ni
se ablanda a sus caricias
ni
cura de sus lamentos,
diciendo
que son locuras
de
gente de poco seso:
que
ni él prometió casarse
ni
pensó jamás en ello.
¡Tanto
mudan a los hombres
fortuna,
poder y tiempo!
En
vano porfía Inés
con
amenazas y ruegos;
cuanto
más ella importuna
está
Martínez severo.
Abrazada
a sus rodillas,
enmarañado
el cabello,
la
hermosa niña lloraba
prosternada
por el suelo.
Mas
todo empeño era inútil,
porque
el capitán don Diego
no
ha de ser Diego Martínez,
como
lo era en otro tiempo.
Y
así, llamando a su gente,
de
amor y piedad ajeno,
mandóles
que a Inés llevaran
de
grado o de valimiento.
Mas
ella, antes que la asieran,
cesando
un punto en su duelo,
así
habló, el rostro lloroso
hacia
Martínez volviendo:
"Contigo
se fue mi honra,
conmigo
tu juramento;
pues
buenas prendas son ambas,
en
buen fiel las pesaremos."
Y
la faz descolorida
en
la mantilla envolviendo,
a
pasos desatentados
salióse
del aposento.
V
Era
entonces de Toledo
por
el rey, gobernador,
el
justiciero y valiente
don
Pedro Ruiz de Alarcón.
Muchos
años por su patria
el
buen viejo peleó;
cercenado
tiene un brazo,
mas
entero el corazón.
La
mesa tiene delante,
los
jueces en derredor,
los
corchetes a la puerta
y
en la derecha el bastón.
(...)
Una
mujer en tal punto,
en
faz de grande aflicción,
rojos
de llorar los ojos,
ronca
de gemir la voz,
suelto
el caballo y el manto,
tomó
plaza en el salón
diciendo
a gritos: "¡Justicia,
jueces,
justicia, señor!"
Y
a los pies se arroja humilde
de
don Pedro de Alarcón,
en
tanto que los curiosos
se
agitan alrededor.
Alzóla
cortés don Pedro,
calmando
la confusión
y
el tumultuoso murmullo
que
esta escena ocasionó,
diciendo:
"Mujer,
¿qué quieres?
"Quiero
justicia, señor."
"¿De
qué?"
"De
una prenda hurtada."
"¿Qué
prenda?"
"Mi
corazón."
"¿Tú
lo diste?"
"Lo
presté."
"¿Y
no te le han vuelto?"
"No."
"¿Tienes
testigos?"
"Ninguno."
"¿Y
promesa?"
"¡Sí,
por Dios!
Que
al partirse de Toledo
un
juramento empeñó."
"¿Quién
es él?"
"Diego
Martínez."
"¿Noble?"
"Y
capitán, señor."
"Presentadme
al capitán,
que
cumplirá si juró."
Quedó
en silencio la sala,
y
a poco en el corredor
se
oyó de botas y espuelas
el
acompasado son.
Un
portero, levantando
el
tapiz, en alta voz
dijo:
"El capitán don Diego."
Y
entró luego en el salón
Diego
Martínez, los ojos
llenos
de orgullo y furor.
"¿Sois
el capitán don Diego
--díjole
don Pedro-- vos?"
Contestó
altivo y sereno
Diego
Martínez:
"Yo
soy."
"¿Conocéis
a esta muchacha?"
"Ha
tres años, salvo error."
"¿Hicísteisla
juramento
de
ser su marido?
"No."
"¿Juráis
no haberlo jurado?"
"Sí,
juro."
"Pues
id con Dios."
"¡Miente!",
calmó Inés llorando
de
despecho y de rubor.
"Mujer,
¡piensa lo que dices……!"
"Digo
que miente, juró."
"¿Tienes
testigos?"
"Ninguno."
"Capitán,
idos con Dios,
y
dispensad que acusado
dudara
de vuestro honor."
Tornó
Martínez la espalda,
con
brusca satisfacción,
e
Inés, que le vio partirse;
resuelta
y firme gritó:
"Llamadle,
tengo un testigo;
llamadle
otra vez, señor."
Volvió
el capitán don Diego,
sentóse
Ruiz de Alarcón,
la
multitud aquietóse
y
la de Vargas siguió:
"Tengo
un testigo a quien nunca
faltó
verdad ni razón."
"¿Quién?"
"Un
hombre que de lejos
nuestras
palabras oyó,
mirándonos
desde arriba."
"¿Estaba
en algún balcón?"
"No,
que estaba en un suplicio
donde
ha tiempo que expiró."
"¿Luego
es muerto?"
"No,
que vive,"
"Estáis
loca, ¡vive Dios!
¿Quién
fue?"
"El
Cristo de la Vega,
a
cuya faz perjuró."
Pusiéronse
en pie los jueces
al
nombre del Redentor,
escuchando
con asombro
tan
excelsa apelación.
Reinó
un profundo silencio
de
sorpresa y de pavor,
y
Diego bajó los ojos
de
vergüenza y confusión.
Un
instante con los jueces
don
Pedro en secreto habló,
y
levantóse diciendo
con
respetuosa voz:
"La
ley es ley para todos;
tu
testigo es el mejor,
mas
para tales testigos
no
hay más tribunal que Dios.
Haremos…lo
que sepamos.
Escribano,
al caer el sol
al
Cristo que está en la Vega
tomaréis
declaración."
VI
(...)
Llegado
el gobernador
y
gente que le acompaña,
entraron
todos al claustro
que
iglesia y patio separa.
Encendieron
ante el Cristo
cuatro
cirios y una lámpara
y
de hinojos un momento
le
rezaron en voz baja.
Está
el Cristo de la Vega
la
cruz en tierra posada,
los
pies alzados del suelo
poco
menos de una vara;
hacia
la severa imagen
un
notario se adelanta
de
modo que con el rostro
al
pecho santo llegaba.
A
un lado tiene a Martínez,
a
otro lado a Inés de Vargas,
detrás
al gobernador
con
sus jueces y sus guardias.
Después
de leer dos veces
la
acusación entablada,
el
notario a Jesucristo,
así
demandó en voz alta:
Jesús,
Hijo de María,
ante
nos esta mañana,
citado
como testigo
por
boca de Inés de Vargas,
¿juráis
ser cierto que un día
a
vuestras divinas plantas
juró
a Inés Diego Martínez
por
su mujer desposarla?
Asida
a un brazo desnudo
una
mano atarazada
vino
a posar en los autos
la
seca y hendida palma,
y
allá en los aires: "¡Sí, juro!"
clamó
una voz más que humana.
Alzó
la turba medrosa
la
vista a la imagen santa…….
Los
labios tenía abiertos
y
una mano desclavada.
Conclusión
Las
vanidades del mundo
renunció
allí mismo Inés,
y
espantado de sí propio
Diego
Martínez también.
Los
escribanos, temblando
dieron
de esta escena fe,
firmando
como testigos
cuantos
hubieron poder.
Fundóse
un aniversario
y
una capilla con él,
y
don Pedro de Alarcón
el
altar ordenó hacer,
donde
hasta el tiempo que corre,
y
en cada año una vez,
con
la mano desclavada
el
crucifijo se ve.
J.
Zorrilla
Imagen:https://www.google.com
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