Interrogaciones
¿Cómo quedan, Señor, durmiendo los
suicidas?
¿Un cuajo entre la boca, las dos
sienes vacías,
las lunas de los ojos albas y
engrandecidas
hacia un ancla invisible las manos
orientadas?
¿O Tú llegas después que los hombres
se han ido
y les bajas el párpado, sobre el ojo
cegado,
acomodas las vísceras sin dolor y sin
ruido
y entrecruzas las manos sobre el pecho
callado?
El rosal que los vivos riegan sobre su
huesa,
¿no le pinta a sus rosas unas formas
de herida?
¿No tiene acre el olor, siniestra la
belleza
y las frondas menguadas de serpientes
tejidas?
Y responde, Señor: cuando se fuga el
alma
por la mijada puerta de las largas
heridas,
¿entra en la zona tuya hendiendo el
aire en calma
o se oye un crepitar de alas
enloquecidas?
¿Agosto cerco lívido se aprieta en
torno suyo?
El eter, ¿es un campo de monstruos
florecido?
En el pavor, ¿no aciertan ni con el
nombre suyo?
¿O le gritan y sigue tu corazón
dormido?
¿No hay un rayo de sol que los alcance
un día?
¿No hay agua que los lave de sus
estigmas rojos?
Para ellos, ¿solamente queda tu
entraña fría,
sordo tu oído fino y apretados tus
ojos?
Tal el hombre asegura por error o
malicia;
mas yo, que te he gustado como un
vino, Señor,
mientras los otros siguen llamándote
justicia,
no te llamaré nunca otra cosa que
¡Amor!
Yo sé cómo el hombre fue siempre zarpa
dura;
la catarata, vértigo; aspereza, la
sierra.
Tú eres el vaso donde se esponjan de
dulzura
los nectarios de todos los huertos de
la tierra.
Gabriela Mistral

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